Mientras cinco tsunamis de pequeñísimas dimensiones, entre 20 y 40 centímetros, alcanzaban ayer la costa japonesa, seis buques balleneros zarpaban del puerto nipón de Shimonoseiki rumbo a la Antártida para cazar cerca de un millar de ballenas. Según el Instituto de Investigación de Cetáceos japonés, con fines científicos.
Las premisas sobre investigaciones de la edad de los cetáceos, de sus procesos digestivos y de su relación con los humanos no han acallado las críticas de los grupos ecologistas internacionales.
La pesca comercial de ballenas está prohibida desde 1986. Sin embargo, esa normativa tiene un vacío legal a través del cual está permitida su pesca con fines científicos.
"Lo que hace Japón es enviar su flota bajo este pretexto; pero con la intención de comercializar la carne", señala el director en Europa de Oceana, Xavier Pastor.
Para los ecologistas, Japón no tiene excusas para seguir cazando ballenas. "Su carne no es imprescindible para subsistir. Es sólo una cuestión de lujo, para muchos es una delicatessen", dice.
Una prohibición total de la pesca es impensable. Más cuando la Confederación Ballenera Internacional está casi bajo control japonés. "Han pagado la inscripción de pequeños países como Trinidad y Tobago, que nunca han pescado, y han comprado su voto tras financiarles proyectos de desarrollo. En la última reunión, casi consiguen que se derogara la prohibición".
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